Ahí estaba yo, sentado en mi consulta, ubicada en la esquina de San Joaquín con las tres hermanas, esperando a mi siguiente paciente. Yo solo quería marcharme, volver a mi hogar y dormir.
Eran las 5 de la tarde de un día Martes 12 de Abril, el sol
se reflejaba en mi ventana, podía sentirse el sofocante calor en todos
lados, el termómetro marcaba 32 grados.
Cantó el teléfono con una desagradable melodía, era ella, con su voz que se
asemejaba a la bocina de un camión,
Ingrid, mi secretaria. Doctor
Noise, ya llegó su paciente – exclamó mientras masticaba lo que podía ser la
hamburguesa más grasosa que alguien pudiera imaginar. ¿Lo hago pasar? –
preguntó.
Sí, por favor Inés. – le contesté con el tono de voz
característico de un hombre cansado. Me llamo Ingrid. – corrigió entre mordidas
y dientes. Bueno Ignes, o como sea, que pase – le dije bastante mal humorado,
solo quería cortar.
Mi paciente era un hombre, de unos 40 años, venía por una
fractura en su mano derecha, las marcas en sus puños y forma de fractura, daba
la impresión de haber golpeado a alguien. Él me contaba sobre su vida, mientras
yo efectuaba el procedimiento, realmente no me interesaba ese tipo, con aliento
a alcohol, solo entendí las palabras mágicas, adiós doctor, lo espero a la noche.
No se que habrá querido decir con lo espero a la noche, pero
en fin, tomo mis cosas y me marcho. Cuando paso por al lado de mi secretaria,
solo pude ver su abultado pelo y su cara sumergida en un pastel de crema.
No quiero más por hoy, solo dormir, si es que logro dejar de
pensar en mi querida Penélope, la mujer más hermosa que vi aquel día en mi
consulta, vistiendo un pantalón que marcaba su perfecta figura y una polera
color invierno, que cautivó inmediatamente la mirada de su doctor.
"Dr. Noise"